
El Libro de los Jueces es el octavo de la serie del Antiguo Testamento bíblico y narra una época en la que el pueblo elegido iba manga por hombro, entregado a la idolatría y la disipación, y el dios de Israel se veía obligado a mandar a un juez tras otro para reimplantar la ley y poner orden entre sus gentes. Los jueces aquellos –en total doce- eran tipos belicosos y bragados, que cumplían la encomienda divina manu militari, con la posible excepción de la única jueza de la saga, Débora, pitonisa y poeta lírica, que profetizó la victoria sobre los cananeos. El último juez acreditado fue Sansón, un voxiano de entonces que ha dejado el nombre para designar a los brutotes de feria y gimnasio. Entonces, como ahora, había mucho de postureo y camelo en la política.
Sirva este prólogo como espejo de nuestra época en la que el pueblo elegido, los españoles, andamos también a la greña y en manos de los jueces, que se han tomado como un mandato divino la misión de restablecer la cordura y la paz. Las maneras judiciales se han refinado mucho desde los tiempos de Sansón pero bien podría ocurrir que el efecto sea el mismo, ya saben, el desplome del templo con todos los filisteos dentro, y aquí los filisteos son mayoría, de todos los colores.
El actual episodio del libro de los jueces tiene su origen bajo el reinado de don M.Rajoy, un presidente camastrón y elusivo que se negó a afrontar la asonada catalana y encargó su resolución a los jueces, los cuales se vieron en una situación como no se habían visto desde Nuremberg.
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El libro de los jueces – MANUEL BEAR