El señor Silver, supongo – del blog de Javier Eder

La isla del tesoro, por Pietro Citati PIETRO CITATI todas las noches, el padre de Robert Louis Stevenson se contaba a sí mismo aventuras de piratas, ladrones, bandidos y viejos marineros. El hijo hacía lo mismo: por la noche se contaba historias de aventuras y las […]

La isla del tesoro, por Pietro Citati

PIETRO CITATI

todas las noches, el padre de Robert Louis Stevenson se contaba a sí mismo aventuras de piratas, ladrones, bandidos y viejos marineros. El hijo hacía lo mismo: por la noche se contaba historias de aventuras y las soñaba en las horas nocturnas. En 1881, cuando comenzó a escribir La isla del tesoro, le pareció que estaba tocando un patrimonio familiar: aquel tesoro de «historias de mar y de vientos marinos, borrascas y aventuras, calores y hielos, goletas, islas, piratas abandonados, bucaneros y oro enterrado», que había alimentado su juventud. Hacía frío, la lluvia golpeaba la ventana y, delante del fuego que crepitaba vivamente en la chimenea, la pluma redactó el primer capítulo de El cocinero de a bordo (el título originario de La isla del tesoro): «Habiéndome pedido el caballero Trelawney, el doctor Livesey y el resto de aquellos señores que pusiera por escrito todos los detalles sobre la isla del tesoro, de principio a fin…». Nunca había relatado nada con el mismo regocijado placer: Defoe, Poe, Washington Irving nutrían, sin que él se diera cuenta, su fantasía; la pluma corría veloz por la página en blanco, un capítulo al día, empujada por el ritmo veloz de la aventura, y todas las noches, cuando había terminado de escribir, leía el trabajo realizado a los dos varones de la casa: el hijastro y el padre, que recuperaba en aquellas páginas su propio mundo novelesco nocturno. 

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El señor Silver, supongo – Javier Eder